En la esquina de mi cama, arrinconado en mis pensamientos, medito en el poco tiempo que le dedico a mi Dios. A veces, no son claras mis prioridades, a veces no soy objetivo en lo que deseo y sigo así de invariable. Me pongo a examinar mi vida espiritual y descubro que hay deficiencias, siento como una sequía espiritual que languidece mi alma. Requiero de algo que motorice mi comunión con Dios, que le dé dinámica. Que mi vida de oración no sea un asunto trivial y sin sustancia, que no sea una experiencia aburrida y frustrante, sino que evolucione positivamente de día en día. Quiero comunicarme expansivamente con Dios, quiero ser sincero con El, quiero abrir mi corazón y ser oído, quiero escucharle también. Debe ser terrible estar incomunicado, andar peregrinando en este valle de lágrimas sin su ayuda. Sentirse repudiado sin saberlo porque el pecado ha invadido el corazón y las actitudes, y también ha empobrecido la vida de oración. La mediocridad de mi testimonio resulta ser una pince