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AL AMANECER

En la esquina de mi cama, arrinconado en mis pensamientos, medito en el poco tiempo que le dedico a mi Dios. A veces, no son claras mis prioridades, a veces no soy objetivo en lo que deseo y sigo así de invariable. Me pongo a examinar mi vida espiritual y descubro que hay deficiencias, siento como una sequía espiritual que languidece mi alma. Requiero de algo que motorice mi comunión con Dios, que le dé dinámica. Que mi vida de oración no sea un asunto trivial y sin sustancia, que no sea una experiencia aburrida y frustrante, sino que evolucione positivamente de día en día. Quiero comunicarme expansivamente con Dios, quiero ser sincero con El, quiero abrir mi corazón y ser oído, quiero escucharle también. Debe ser terrible estar incomunicado, andar peregrinando en este valle de lágrimas sin su ayuda. Sentirse repudiado sin saberlo porque el pecado ha invadido el corazón y las actitudes, y también ha empobrecido la vida de oración. La mediocridad de mi testimonio resulta ser una pincelada del enemigo sobre mi vida, que le dice a Dios: “¡Esto puedo hacer con tus santos!” Ahora cómo siento ese puñetazo en el corazón, qué sucio estoy, ¡cuán hórrida es la vida desprovista de la gracia de Dios! Sin embargo, en mi mente asoman tus pensamientos. Es verdad, aunque me puedo sentir devastado por el pecado y el diablo, Tú me dices que siempre es bueno empezar, aunque sienta el granizo de las tentaciones sobre mí, tu Espíritu humecta mi corazón para que no se marchite. No deseas que me oculte, me dices que no sea como Adán después de la caída, sino que me acerque a tu Presencia con el corazón abierto. ¿Cómo podrías sanarme si no te declaro que estoy enfermo? ¿Cómo podría ser nuevamente encaminado por tus sendas si no te digo que estoy perdido? Aunque encuentres mi andar descolorido, tú le darás color; aunque el diablo me catapulte al mundo, de allí me recogerás. Me haces entender que lo catastrófico de todo esto no es fallar en la obediencia, sino rendirse a no hacerlo. Dios me siento atraído a Ti, no puedo dejar de amarte, me he atragantado con mis palabras, no sé qué decirte. Tu benevolencia me sorprende, le das alegría a mi anublada existencia. Renace el gozo en mi corazón, calienta mi alma tu Espíritu, estoy deseando orar, lo estoy haciendo ¡Oh, cómo brillan como lumbrera tus pensamientos en mi mente! No es una experiencia misteriosa, eres Tú que te manifiestas a mí. Desatas el nudo de mi garganta, mi lengua es como pluma de escribiente muy ligero. Te puedo expresar lo que siento decir: gracias Padre, realmente eres bueno. El sueño asoma, la paz inunda mi corazón. Gracias por ser mi calma y mi tranquilidad. Pero, Padre, quiero hacerte una pregunta ¿a qué hora quieres que me levante para hablar contigo? ¿Cuál es el tiempo para desahogar mi alma, Dios? Sé que quieres que converse contigo, sé que quieres hablarme, dímelo mi Dios. Percibo tu voz apacible, apelas a mi mente y me dices tiernamente: “Quiero una ofrenda de gratitud, busca el momento más tranquilo” ¿cuál Señor?; sí, tienes razón…… ¡al amanecer! WALTER DELGADO (TOMADO DEL LIBRO: LAS AVENTURAS DE CHRISTIAN JESUALDO

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