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JUAN Y DINO



Juan Robles viajaba de Echarate a Quillabamba, las pistas de ese trayecto estaban asfaltadas y en buen estado. Echarate es considerado uno de los distritos más ricos del Perú por el canon del gas de Camisea. Sin embargo, a pesar de que pueden recaudar millones de soles anuales, veía que había pobreza en los alrededores en muchos de sus habitantes, debido a esa mala distribución de la riqueza y tambièn por la corrupción de sus autoridades. Juan era un predicador itinerante, que viajaba por todo el Perú llevando el evangelio de Cristo, andaba con su morral en donde llevaba su Biblia, algunos libros  para leer durante sus viajes, y con su perro Dino. La pasión por las misiones la llevaba en sus venas, acostumbraba llevar una buena cantidad de dinero porque solía hacer viajes largos y su único compañero fiel que nunca se separaba de él era un beagle medianamente pequeño, y como buen cazador que era, cuando andaban por el campo yendo hacia alguna comunidad, pues hacía gala de sus dotes cazando algún conejo o gallina que encontraba. Más de una ocasión a Juan lo metía en líos y tenía que pagar el daño hecho.
Conocía a algunos pastores del Valle de la Convenciòn que lo invitaban a predicar la palabra, la gente se conectaba inmediatamente con sus alocuciones, era un hombre lleno del Espíritu Santo, y siempre había personas que respondían al llamado entregando sus vidas a Cristo.
Solía predicar el evangelio en los parques, los hospitales, en el penal San Joaquín, donde había decenas de reos y donde muchos de ellos aceptaban de buena gana la predicación de Juan. Pero este siervo de Dios tenía un vivo deseo de ir a las comunidades nativas, tenía amigos que podían llevarlo allí, y se aventuró a irse con uno de ellos al bajo Urubamba. Con algunos traductores llevaba la palabra de Dios y el Señor hacía milagros; había una mujer nativa que sufría de una especie de epilepsia, los nativos decían que estaba endemoniada, pero cuando escuchó la palabra de Dios experimentó su último ataque de epilepsia, y desde esa vez ni más, se sanó completamente. Este hecho hizo que muchos de su comunidad abracen el evangelio de Cristo y renunciaran a sus costumbres paganas y creyeran en el verdadero Dios y en su hijo Jesucristo.
Pero así como había gente que lo quería y estimaba, tenía también detractores. No faltaban aquellos que no lo querían ver y estaban cansados de escucharlo predicar de Cristo. Los hermanos de aquella zona cusqueña creían que esos enemigos provenían de la iglesia de Roma, otros decían que eran amigos de los brujos y hechiceros que lo veían como un hombre peligroso, y que estorbaba sus artes mágicas.
- Hermano Juan –dijo el pastor Osorio- aquí hay personas que no lo quieren ver, sería bueno que no salga mucho a las calles, es peligroso.
- Sí lo sé –respondió Juan-, pero comprendo que estos son los riesgos de predicar la palabra de Dios. Habrá personas que acepten a Cristo, y habrá aquellos que lo rechacen. Recuerde que Jesús tuvo enemigos en su tiempo, Él, dijo en Juan 15:18: “Si el mundo os aborrece, sabed que á mí me aborreció antes que á vosotros.” No puedo esperar menos, yo que no soy digno de desatar el calzado de sus pies.
- ¿No teme morir hermano?
- Creo que todos tenemos temor, pero si esto está dentro de los planes de Dios, y si mi muerte honra a Cristo, pues será un honor para mí morir por Él.
Eran las tres de la mañana. Juan despertó sobresaltado, tuvo un sueño feo. Se vio en una situación peligrosa. Veía que una jauría de perros iba tras él, se encontraba en un denso bosque oscuro, corrió tanto que luego salió de aquella espesura exhausto, y luego se halló en una inmensa llanura, al voltear vio los perros que se acercaban. Corrió tanto, pero parecía que no avanzaba nada, finalmente los perros lo alcanzaron y sintió los mordiscones por todo el cuerpo. Pudo apreciar a su leal Dino que lo defendía, pero eran muchos, eran perros salvajes que lo devoraron rápidamente. Cuando despertó se dio cuenta que su vida estaba en peligro, pero esa mañana percibió una paz que provenía del Señor, y se le vino a la cabeza aquel texto de Josué 1:9: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Percibió la presencia de Dios, el sueño se le fue, pero no por el susto, sino porque Dios en ese momento lo invitó a quedarse despierto para poder hablar a su corazón por medio de su palabra. Fueron tan cautivantes los pensamientos de Dios que después de leerlos un buen rato se entregó a la oración profunda que, sin darse cuenta cuando terminó, vio que el día estaba claro con un sol resplandeciente que calentaba su frente por un rayo solar que entraba por la ventana.
“Señor – pensaba- no sé cómo terminará mi vida, no sé si saldré vivo de aquí, pero si esta es mi última vez en visitar esta zona, y si el sacrificio de mi vida redundará para tu gloria, pues estoy dispuesto a ello. Nunca conocí a mis padres, no sé si tengo hermanos, no tengo hijos, pero tengo al mejor Padre de todos que eres Tú, y tengo la mejor familia que es tu iglesia y donde hay gente que me ama y yo los amo también. Gracias Padre por darme el privilegio de poder servirte, quiero hacer mías las palabras de Pablo en Filipenses 1:21: Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Sé que estar allá en el cielo es mejor que estar aquí.”
Esa mañana desayunó y mientras lo hacía cantaba, hizo el devocional en la casa del pastor Osorio, y éste quedó sorprendido por la fuerza y la convicción de sus palabras y por el gozo que transmitía que el pastor se quebrantó y su familia también. Luego Juan le dijo al pastor Osorio:
- Pastor, quiero ir de nuevo al bajo Urubamba, tengo el sentir de compartir la palabra de Dios y confirmar los ánimos de los nuevos hermanos de aquel lugar.
- Tal vez, deberíamos esperar un poco más.
- No, hermano, entiendo su preocupación, pero Dios estuvo conmigo esta madrugada y me habló y me dijo que estaría conmigo. Además pastor, como dice el apóstol Pablo en Hechos 20:24: “Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios.” No se preocupe estoy dispuesto a todo.
Salieron rumbo  al bajo Urubamba, era una mañana soleada, iban en la camioneta el pastor Osorio quien conducía,  Juan a su lado, y su fiel Dino, que estaba en la tolva, que ladraba a los carros y motos lineales que pasaban por allí. Habían recorrido varios kilómetros, la pista asfaltada se acabó y entraron en un camino de herradura, se podía percibir que el calor se hacía más intenso, de pronto en el camino vieron unas piedras que interrumpían el tráfico, al parecer eran los únicos que estaban allí. El pastor Osorio se detuvo, bajó de la camioneta para mover las piedras y Juan lo estaba ayudando. De pronto se aparecieron cuatro tipos que estaban provistos de escopetas que salieron de entre los arbustos.
- ¿Tú eres Juan Robes? – preguntó uno de ellos, mirándolo fijamente.
- Sí, yo soy ¿en qué puedo servirte?
- A mí en nada. Y a partir de ahora no creo que tampoco sirvas a nadie.
- Yo sirvo a mi Señor Jesús, soy predicador de su evangelio. Mi misión es llevar su palabra para la salvación de las almas.
Los cuatro tipos se reían de lo que decía Juan, uno de ellos le apuntó con su escopeta, y le dijo:
- Pues casualmente, nosotros estamos aquí para evitar que sigas molestando a la gente con esas pamplinas. ¿No te das cuentas que aquí la gente no te quiere?
- Escuchen amigos –dijo el pastor Osorio- aquí debe haber un mal entendido, nosotros sólo hacemos el bien al prójimo, cumplimos el encargo de nuestro Señor Jesús….
- ¡Cállate! –gritó otro de ellos, apuntándole con la escopeta en la cabeza- A ti nadie te invitó a decir nada.
- Escuchen señores – dijo Juan, si están buscándome, pues ya me encontraron, pero les pido por favor, dejen ir al pastor, él no tiene nada que ver en este asunto.
- De aquí nadie sale vivo, ni siquiera el pastor. Ya nos vio la cara, así  que nos reconocerá, y no podemos arriesgarnos a eso. Hoy se mueren todos.
Cuando uno de los tipos apuntó para disparar su escopeta, Dino, se abalanzó sobre él y lo echó al suelo, empezó a morderle la mano. Los otros veían cómo  el perro le mordía los brazos y las piernas, no sabían cómo quitárselo de encima, porque el animal atacaba con furia. En ese momento, Juan le dice al pastor Osorio que escape, éste huyó aprovechando la distracción que Dino producía. En ese momento comprendió el sueño que tuvo en la madrugada. Entendió que Dios le dijo que no temiera, sino que confiara que el Señor no lo dejaría solo. Se dispuso defender a Dino, y al intentar separarlo, uno de los tipos disparó su escopeta, la bala le atravesó el corazón, cayó fulminado al suelo. Vieron en ese momento que se presentó una camioneta con pasajeros, y salieron huyendo entre los arbustos. Una vez que todos escaparon y la gente de la camioneta salió para auxiliar a Juan, se dieron cuenta que ya no podían hacer nada, estaba muerto. El pastor Osorio, retornó al lugar, lloraba al ver el cadáver de su amigo en medio de un charco de sangre.
Los criminales fueron reconocidos por el pastor Osorio, a los pocos días fueron capturados, hoy están tras las rejas. Al pastor lo cambiaron de iglesia, y cumple su ministerio en otra provincia, nunca olvidaría lo que hizo Juan por él. Siempre cuando contaba su testimonio  decía a todos: “Juan, me salvó la vida, intercedió por mí.” Las lágrimas afloraban en sus ojos cada vez que relataba aquella trágica circunstancia. Cuando enterraron a Juan, las iglesias de la zona y algunos amigos que lo acompañaron a su última morada llevaron una banda musical, y al estilo propio del lugar lo despidieron con cánticos de alabanza a Dios, pero el único que lo acompañó día y noche cerca de su tumba fue su fiel Dino. No quería comer, sólo quería estar cerca de su amo, a veces en las noches aullaba y producía lástima en los guardianes del cementerio, hasta que cierto día lo encontraron muerto al pie de la tumba de Juan. Los guardianes dijeron que fue algo extraño, días antes ya aceptaba la comida y se le veía bien, los amigos y hermanos de Juan le llevaban alimentos. Pensaron que alguien lo envenenó, pero cuando se le hizo la autopsia, descubrieron que no fue envenenado. Luego se difundió la creencia que “Dos se lo llevó también”. La Biblia dice en el Salmo 116:15: “Estimada a los ojos del Señor es la muerte de sus santos.” No interesa cómo o en qué circunstancia parten de este mundo, lo cierto es que donde ellos están descansan de todas sus obras y esperan la recompensa del Señor, ahora no sabemos si hay un paraíso de perros, pero no cabe duda que Dino fue como un ángel que lo acompañaba en sus aventuras misioneras, y fue fiel hasta la muerte.







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