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EL COJO BILLY



EL COJO BILLY


En la casa de los Gonzáles había silencio después de haber recibido la llamada telefónica. La alegría se había insubordinado y la juerga ágil que se estaba preparando para el nuevo visitante se detuvo en la parsimonia de los menesteres domésticos. Ayudaba a la atmósfera triste el recalador frío que hacía más doloroso el acontecimiento que don Sergio y sus tres hijos pequeños empezaban a repudiar. Tenían los ánimos subvertidos por la mala noticia, y la inspiración de hacía solo quince minutos que tenían los niños sobre cómo jugarían con el pequeño instantáneamente se esfumó.
-¿Quién quiere ir conmigo al hospital? - preguntó don Sergio con gravedad.
Luis, Juan y Pedro se miraban la cara, en realidad ninguno quería acompañar a su padre. Este insistió, y los niños se sentían machacados en su estado de ánimo por la pregunta. Y es que saber que la noticia de la forma cómo nació su nuevo hermanito había desvalijado de sus corazones todo deseo de ayudar al padre. Este se sentía exhausto, pues recién había llegado del trabajo y había recibido la mala noticia por el auricular:  Luisa su cuñada congestionada por la angustia al ver a Rebeca contorsionándose por los dolores de parto y fastidiada al no encontrar la ayuda cercana del esposo, cometió la imprudencia de llevar jalándola rápidamente a su hermana de la mano hacia el auto. Cuando estaban a mitad de la escalera, Rebeca, dio un resbalón y rodó por ella golpeándose el vientre y quedando inconsciente. Luisa sentía ganas de desmayarse también y con el ánimo encogido sin saber qué hacer finalmente emitió un grito que hizo que los niños llegaran corriendo y pidieran ayuda a un vecino. La pobre mujer estaba con la presión baja y sangrante; fue conducida rápidamente al auto y encobijada con una frazada que pidieron prestada a la empleada que al principio no atinó a hacer nada, la llevaron al hospital.
Sin embargo, lo que había demolido completamente el entusiasmo de los Gonzáles fue que el niño nació lisiado de una pierna; él salió perdiendo en el resbalón de su madre. Mientras Sergio iba hacia el hospital pensaba en porqué el destino le había inflingido una desgracia así. Su corazón se inflaba de odio hacia su cuñada, le irritaba todo lo que pensaba sobre ella, pero luego enjugándose las lágrimas y volviendo en sí se decía, “pero tampoco ella es culpable, fue una casualidad, estima tanto a Rebeca”.
Entrando al cuarto la vio dando de lactar a su hijo recién nacido. La encontró con los ojos rojos y secándose con la mano la nariz;  hubiera deseado que esa porción amarga de su vida desapareciera, “si pudiera retroceder el tiempo”, se decía. Pero al ver a Sergio entrar con un ramo de flores y abrazarla se sintió reanimada.
-¡Es un niño hermoso mi amor! - dijo Sergio con voz entrecortada.
- Se quedará todavía unos días más en el hospital, -respondió Rebeca acariciando la frente de su pequeño- El doctor dice que probablemente más adelante se pueda recuperar.
-No perdamos la fe mi amor. Dios puede hacer milagros.
Pero a veces los milagros de Dios demoran o sencillamente, si no es su voluntad, no llegan. El pequeño Billy, o el cojo Billy como le decían sus amigos nunca pudo recuperarse, pero a pesar de ser un inválido tenía una mente brillante; en el colegio estaba enclavado siempre en los primeros puestos. Aunque no era atractivo físicamente, sin embargo, Dios lo había dotado de un humanitarismo especial para con sus amigos y especialmente con su familia a la que amaba. Se sentía aguijoneado por una fuerza interior a actuar con nobleza y aquellos que lo apreciaban sabían que él sí podía ser un amigo de verdad. El ardor de sus palabras hacía que nadie se fijara en su carniseca pierna, era un tipo de amena conversación, culto, amable y gracioso. Era apreciado en el salón de clases y siempre lo escogían como líder. No obstante, aún cuando era un pico de oro destacado y admirado por la copiosidad de su verbo y la enjundia de sus argumentos manifestaba también otro defecto, era tímido con las mujeres. Parece que el destino todavía seguía ensuciándolo.
Sus hermanos sentían lástima por él y generalmente cuando iban al colegio preferían dejarlo solo, pues se avergonzaban de tener un miembro de la familia lisiado. En casa preferían dejarlo en medio de sus libros y había mucha lejanía en cuanto al trato de ellos con el de Billy. Sergio y Rebeca se daban cuenta de esa indiferencia hacia su menor hijo, y aunque tantas veces fueron amonestados a cambiar de actitud, sus hermanos nunca hicieron caso.
Billy sufría interiormente, nunca decía nada, a veces lloraba por su condición y cuántas veces deseaba no haber nacido. Se consideraba una blasfemia del destino y prefería estar enclaustrado en su cuarto sin comer, ni beber por varios días. Esto preocupaba sobremanera a sus padres, pensando si tal vez no estuviera sufriendo algún desequilibrio emocional, pero ellos sabían que lo que necesitaba en el fondo era afecto  el cual le prodigaban, aunque él hubiera deseado recibirlo también de sus hermanos mayores.
Con el paso del tiempo, el destino hizo que Billy se fortaleciera en su carácter y venciera poco a poco sus temores y complejos. Decidió estudiar una profesión, postuló a la universidad de San Marcos e ingresó al programa de Derecho. Pero sus hermanos se dedicaron a trabajar, y malgastar su dinero en mujeres y drogas. Sergio estaba desocupado y a los 55 años era difícil que alguien le diera trabajo. Los que sostenían la casa eran los hermanos mayores, pero cuando querían daban dinero si es que no lo malgastaban en las parrandas de las que estaban acostumbrados. Rebeca sufría en su corazón al ver esta desigualdad de la vida.
-Hubiera deseado que más bien los lisiados sean mis tres hijos mayores -le dijo a Sergio, mientras apagaba la lámpara y se disponía a dormir.
-No hables así. Son nuestros hijos, bueno si hemos fallado en educarlos quizá estemos cosechando  lo que sembramos.
-¿Pero en qué hemos fallado? -gimoteó Rebeca- ¿Acaso no les dimos cariño y afecto, no les dimos valores?
-¡Creo que sí mi amor…! pero probablemente faltó algo…
-Pero entonces Billy hubiera sido igual que ellos,  -interrumpió Rebeca- en cambio, él salió diferente.
-Tienes razón...salió diferente….Sabes mi amor, todavía hay mucho pan que rebanar, es probable que con el tiempo las cosas sean diferentes.
En cierto modo Sergio tuvo razón, en Billy se estaba gestando un personaje especial que se iba logrando por sus propios esfuerzos; todas sus potencialidades se estaban orquestando para mostrarle ahora un destino diferente y promisorio. Pero, por otro lado, el destino ahora estaba flagelando a los hermanos mayores;  Luis y Juan fueron a parar a la cárcel por robo y posesión de drogas y Pedro había adquirido el terrible mal del Sida y su vida se iba extinguiendo poco a poco. Como si esto fuera poco la crisis económica que entraba a empellones al hogar de los Gonzáles los sumía a veces en situaciones en que no había ni para comer.
Sergio entró en un cuadro de depresión terrible, Rebeca todavía mantenía la serenidad aunque sentía a veces que todo se le desmoronaba alrededor. Pero quien se emperraba frente a las dificultades y mantenía una ecuanimidad envidiable era Billy, quien supo abrirse paso en medio de la humareda y hasta tomaba con humorada las adversidades que vivían, cosa que sorprendía a todos. Recordaba tristemente las promesas que hacían sus hermanos de cambiar sus vidas y las constantes recaídas que tenían; el desaliño de sus actitudes hablaban más fuerte que sus palabras y lo que más le dolía, la indiferencia y la actitud desapacible que mostraban frente a él. Se decía a sí mismo: “Parece que les doy asco”. Pero aprendió a hacerse fuerte, y a saber contrarrestar los desaires de ellos y de aquellos que se burlaban de él. “Es verdad, soy inválido, meditaba, pero puedo demostrarles a todos que aún así se puede ser útil”. Con ese candor que lo caracterizaba y la autonomía para resolver sus dudas supo abrirse paso  y no dejarse avasallar por las contrariedades de la vida. Logró terminar su profesión, y luego se puso a buscar trabajo. El sufrimiento lo dignificó, lo hizo fuerte, terco y perseverante, además su inteligencia lo aparejaron para abrirse paso y lograr el éxito que buscaba, y que no tardó mucho en encontrar. Una empresa de comercialización de cosméticos extranjera lo contrató para trabajar en el área legal y se desempeñó extraordinariamente. Esto le permitió estampar en todos sus compañeros de trabajo su fina personalidad y le abrieron puertas para ascender rápidamente.
Rebeca se sentía orgullosa de él; nunca pensó que el destino pudiera hacer que el niño de quien menos esperaban algo, sea ahora el más honrado. La ventaja era anchurosa en comparación con sus hermanos que la pasaban mal, y es que Billy supo capear la andanada de dificultades que se le presentaban; que lamentablemente sus hermanos no pudieron.
-Sabes querido -dijo Rebeca a Sergio que saboreaba el café- a veces uno nunca sabe cómo nos va a tratar la vida.
-Es verdad, la vida tiene razones que la razón no entiende.
-Siento mucho dolor por Juan y Luis -decía Rebeca enjugándose los ojos- y me desgarra el corazón ver a mi Pedro que se está muriendo lentamente, pero me consuela y me fortalece ver a Billy y la bendición que Dios le está dando.
La muerte es ese caminante silencioso que en cualquier momento nos toca la puerta; Pedro antes de morir se sentía atormentado por su mala conciencia, un miedo cerval se había apoderado de él y no quería irse de este mundo sin antes hablar con Billy. Cuando éste recibió la llamada telefónica de su madre estaba en una alegre tertulia con sus amigos de trabajo, pero en su corazón se estaba preparando para el desenlace fatal. El dolor no era una emoción que ignoraba; pues muchas veces en sus momentos de aflicción lo sintió pensando en la muerte, y se sentía tan cerca de ella, que a veces la deseaba. Sin embargo, ahora era diferente, experimentó una diversificación de sus emociones al oír la triste noticia.
-¡Pedro está agonizando! -dijo sollozando Sergio- Debes venir hijo, quiere verte.
Billy pensó que tenía el corazón duro para toda tragedia, pensó que toda pena estaba domeñada. Sin embargo, descubrió que sólo sus propias tragedias estaban domesticadas, pero las de los demás, no.
Cuando llegó a casa y entró presuroso al cuarto de Pedro vio una doliente imagen que no fue lo que más le llamó tanto la atención, como las palabras que emitió:
-¡Billy, querido hermano…perdóname!
Billy nunca pensó que el destino giraría nuevamente en su contra; creyó haber labrado una vida donde el dolor estaría sujeto, pero se equivocó. Aquellas palabras que irrumpieron en sus oídos procedían de su hermano, de su sangre, de alguien que se despedía para nunca más volver, pero que antes de hacerlo pidió perdón y quiso dar un poco de afecto. Billy corrió, abrazó a su hermano, le beso en la frente, y con las lágrimas que fluían de sus ojos copiosamente, le dijo:
-¡Te perdono Pedro! …pero… ¡no te mueras hermano! ¡no lo hagas por favor!
Escuchar las palabras de Billy, y esa muestra de afecto fue para Pedro suficiente, pues, con una sonrisa de gratitud en sus labios y apretando fuertemente la mano de su hermano, como aferrándose inútilmente a la vida, expiró.
Esta experiencia dejó una huella imborrable en el corazón de Billy. Si bien es cierto el dolor le enseño a saber pelear, Dios le dio una lección: hay que ser valiente, pero no insensible. Comprendió entonces que hay que saber empernarse en el éxito, pero también saber combatir el entono que aquél acarrea.
Llegó a encumbrarse en la vida  y a constituirse en uno de los socios accionistas de la empresa, ganó mucho dinero; pocos hombres como él en la empresa se sentían enervados ante los infortunios, pues con sagacidad, astucia e inteligencia supo llevar a la empresa a ser una de las más importantes del país.
Sacó a sus padres de la humilde casa donde vivían y les regaló una más grande en una excelente zona residencial de Lima. Ayudó a sus hermanos, abogando por ellos y después de tres años logró sacarlos de la cárcel. Poco a poco estos empezaron a estimarlo y quererlo. Sucedió que este personaje de pierna lisiada y de endeble personalidad pudo también superar esa timidez que sentía hacia el sexo débil, pues llegó a casarse con una hermosa mujer que le dio un hijo, a quien le puso por nombre,  Pedro, pues dijo: “Quiero recordarlo en mi hijo”.
La familia Gonzáles revivió; Rebeca y Sergio vieron que estaban más unidos y las relaciones entre los hermanos eran más afectivas. Definitivamente hubo algo o alguien que contribuyó a ello, y que le supo impregnar a la vida un sabor de esperanza, fue el cojo Billy.






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