Hacía calor, caminaba por
el centro de Lima. Estaba hastiado de tanta bulla que escuchaba proveniente de
las combis y del humo que despedían los viejos buses. Deseaba tomarme una
gaseosa, pero bien helada. Cuando eché una mirada a mi bolsillo para saber con
cuánto dinero contaba, me encontré con la sorpresa de que sólo tenía para mi
pasaje de regreso y una moneda de un sol para mi gaseosa. “Bien, me dije, “me
daré un paseo por el centro de Lima, miraré algunas cosas por allí, luego a
saborear mi gaseosa”.
A medida que iba a la Plaza San Martín, vi que
también me estaba acercando a una mujer que estaba sentada a un costado de la
vereda, sosteniendo a un pequeño al cual estaba lactando. Me llamó la atención
que esta pobre mujer estaba con un sombrero de paja en la cabeza y sudaba
copiosamente. Su pequeña criatura estaba llorando por el calor que hacía y porque
deseaba su teta. Bueno, yo normalmente veo personas así en la ciudad que vienen
de provincias y tratan de probar suerte
en la capital, lamentablemente no a todos les va bien. Sentí la curiosidad de
acercarme a ella y conocerla, porque veía que era bastante joven, calculo que
tendría unos dieciocho años. Así que lo hice.
- Disculpe,
señora -le dije- su pequeño está llorando mucho.
- Sí joven -me
dijo-cubriéndose la cara con el sombrero-, es que tiene hambre.
Parecía tímida porque no me
daba la cara. Pero pude ver su rostro. Era una joven agradable, parece que
provenía de la selva por su manera de hablar.
- ¿Usted es de
la selva?
- Sí, soy de
Tarapoto.
- ¿Y qué hace
aquí en Lima?
Percibí que la pobre chica
se secaba a cada rato los ojos, pude percatarme que lloraba silenciosamente y
temía que la viera así.
- Es que estoy
sola aquí y mi familia ya no me quiere -me dijo con voz entrecortada.
- ¿Y tu esposo?
-le pregunté, mirando a la criatura que tenía.
- Se fue. Me
embarazó y se desapareció, no sé dónde se encuentra.
Entendí que era una de esas
chicas que viene a Lima, conoce a
alguien en la capital que la ilusiona y luego se burla de ella.
- Pero dime,
disculpa ¿cuál es tu nombre? -le pregunté un poco avergonzado por no haberlo
hecho antes.
- Me llamo
Karina.
- Yo soy
Christian. ¿Dónde estás viviendo?
- Vivo en el
Rímac en la casa de un tío, pero me ha dado un cuarto provisionalmente hasta
que trabaje y pueda pagar uno.
No podía soportar al
pequeño que lloraba. Le dije que le diera el pecho, pero me dijo que ya lo
había hecho, lo que pasa es que no tenía leche. Aparte que no comía desde el
día anterior, ella se sentía débil, y esto también la afligía. Pensé en un
momento si podía hacer algo por ella. En mi corazón oraba al Señor y le
preguntaba: “Señor, así como ella deben haber muchas que sufren”. De pronto me
puse a pensar que tenía en mi bolsillo dos soles que eran para mi pasaje de
regreso y mi gaseosa. “Señor esto es
todo lo que tengo, ¿quieres que se los dé?”. Bueno, había en mi corazón
sentimientos encontrados, por un lado deseaba dárselos, por otro me decía “me
tendré que regresar a pie, y sin tomar mi gaseosa”. Sentí que estaba en una
terrible disyuntiva, pero finalmente resolví el problema. Pienso que Cristo
pasó peores cosas que yo y este pequeño sacrificio que haría no significaría
nada con lo que hizo El por mí” “Así que Christian, prívate de tu gusto por hoy
día…. ¿está bien?”
- Amiga, -le
dije, claro nada entusiasmado, sobre todo por mi gaseosa, a la cual en mi
corazón le dije “adiós”- me preocupa tu pequeño que está llorando. ¿Tienes el
biberón de tu nene?
- Sí aquí está
-lo sacó de una vieja mochila que tenía, estaba sucio.
- Dámelo.
Fui a una tienda que estaba
en la acera de enfrente, entré y compré un tarro de leche, después entré al
restaurante del costado hablé con el chino que era un amigo y le dije el
problema que había con la chica. Me atendió gustoso, me regaló un poco de agua
tibia, me prestó un cuchillo para abrir la lata y preparé el biberón del
pequeño, se lo llevé a la chica y me lo agradeció con lágrimas en los ojos,
asimismo el chino parece que se compadeció
y me regaló un poco de comida para ella.
La verdad que me sentí
gozoso por lo que había sucedido, “Gracias Señor, creo que me has permitido
serte útil en este día”.
- ¿Estás
contenta? -le pregunté.
- Gracias joven
Christian. Que Dios se lo pague.
- No te olvides
de El, estoy seguro que te quiere ayudar. Cree en El con todo tu corazón.
- Gracias lo
haré.
Estaba satisfecho de haber
ayudado a esa joven, pero por otro lado, estaba triste porque no tenía mi
pasaje y me moría de sed. “Bueno, no será la primera vez que camino 3 kilómetros, además
hace bien hacer un poco de ejercicio”.
Mientras iba caminando con
dirección a mi casa, el chino del restaurante me llamó con un silbido. Vi que
me levantaba la mano en señal de que me acerque a él. Fui corriendo.
- Oye Christian,
me gustó mucho lo que has hecho por esa chica. Siempre se sienta a pedir
limosna allí, pero lo que has hecho por ella es algo que no he visto hacer con
ella a nadie.
- Bueno chino,
tú sabes que es el amor de Dios el que nos empuja a hacerlo. Te dije en un
momento también que El te ama.
- Sí, pero yo
soy budista, aunque me interesa también
tu religión. Pero Christian, quería invitarte a comer, ¿quieres?
¡Y cómo iba a decir que no!
Pero me hice el difícil, pensando a la vez que era riesgoso lo que hacía,
aunque ni yo mismo sabía porqué pensaba así.
- Oye hombre, no
te molestes, mamá me espera en casa con un cerro de comida.
- Para nada,
Christian, ¡no me desprecies, por favor! pasa -y me lo dijo alegremente.
Así que almorcé rico, me dio una gaseosa, pero de a
litro, conversamos mucho, cosa que raras veces hacíamos y luego me despedí
deseando que Dios le guarde y le bendiga. Salí del restaurante y estaba con la
barriga hinchada, “creo que ahora sí justifica que camine tres kilómetros”, me
dije. Habré avanzado unos diez metros cuando nuevamente el chino me llamó, yo
volteé y me hizo señas para que regrese. Bueno esta vez no corrí.
- Toma Christian
-me estaba dando una moneda de cinco soles.
¡No podía creerlo! “Señor
estás bendiciéndome más de la cuenta”.
- Quiero que
regreses a tu casa en taxi, tus padres estarán preocupados. Ve rápido.
Como siempre me hice el
difícil.
- Oye hombre, no
te preocupes. Yo tengo -“perdóname Señor esta pequeña mentirita”- dinero
conmigo.
Dios sabe que estaba más
pobre que esa chica.
- No, por favor
Christian, acéptalo -me lo dijo con mucho entusiasmo y alegría, que lógico no
podía despreciar.
- Está bien.
Gracias nuevamente chino. Dios te bendiga abundantemente.
Regresé a casa en una
combi, y me ahorré cuatro soles. Pensaba en lo acontecido mientras estaba en mi
cama esa noche. Estaba cansado, y no sé porqué, si me regresé en combi, pero en
el fondo estaba satisfecho. Me di cuenta que el haber caminado y paseado por el centro para que me
dé más sed y comprar mi gaseosa hizo que me aconteciera el encuentro con esa
joven. Así que te agradezco Señor por todo lo vivido y pienso que es bueno
tener sed de cuando en cuando.
Comentarios
Publicar un comentario