Conversaba con Lucio un
hermano de la iglesia, lo veía entusiasmado por un evento para líderes que se
llevaría a cabo en la congregación. Me dijo que esos días los tenía reservados
en su agenda para poder participar. El es uno de los pocos cristianos de
nuestra iglesia que tenía un deseo vehemente de participar en cualquier
capacitación, pero no podía por razones de trabajo. Bueno, tenía esposa y tres
hijos, trabajaba duro para poder mantener a su familia, y aunque no tenía un
ingreso fijo, se esforzaba en sostenerlos.
-Christian ¿tú
vas a participar?
-Claro, pero el primer día del Congreso tengo clases en la universidad, y tengo
también un parcial, así que veo difícil estar para la apertura, pero como este
evento dura tres días, los dos siguientes sí estaré.
-Pero, ¿sabes
cuánto cuesta el Congreso?
-Claro, cuesta
cincuenta soles, sólo te dan materiales, creo que un pequeño refrigerio y nada
más.
-A mí lo que me
interesa son los materiales y escuchar a los expositores que vienen del
extranjero, me dicen que son buenos.
-¡Ah claro!,
para las plenarias tú sabes que se ha de llenar el templo. ¿Has escogido ya tus
talleres?
-Claro,
hermano, los tengo anotados. Van a haber temas sobre evangelismo, discipulado y
la vida de oración, estos son los que más me interesan….Pero hermano, quiero
que me apoyes con tus oraciones, tú sabes que para mí el costo es un poco
elevado. Sabes que con las justas llevo a mi casa veinte soles diarios para el
sostén de mi familia. Estoy orando para que el Señor me provea esos cincuenta
soles.
Le dije que no se preocupe,
que lo recordaría en mis oraciones, y efectivamente he estado orando por él. A
medida que pasaban los días lo veía preocupado porque no podía conseguir el
dinero. Lo peor de todo es que se le enfermó un hijo, y tuvo que llevarlo de
emergencia al hospital e hizo un gasto
considerable en medicinas, y en esto se le fue su ahorro destinado para el
congreso.
Faltaban dos días para el
cierre de las inscripciones, y éstas estaban casi agotadas, es más, debido a la
demanda de ellas, el costo subió y ahora costaba setenta soles. Felizmente que
yo pude hacerlo a tiempo, pero mi
estimado Lucio, no. Y cada vez lo veía más deprimido. Por su puesto, seguía
orando por él.
-Christian -me preguntó
Lucio- ¿sigues orando por mí?
-Claro,
hermano, te estoy apoyando como te dije.
-Sabes ahora
para mí es difícil poder reunir ese dinero. Sólo espero una provisión milagrosa
de mi Dios.
-No dudes de
que Dios pueda hacerlo. Recuerda que para El, nada es imposible.
-¡Amén!
Llegó el día. Para
bendición mía el examen parcial fue prorrogado para otra fecha, así que tenía
la oportunidad de estar en la apertura. Pero lamentablemente Lucio, no pudo
conseguir el dinero, aunque asistió a la iglesia, no podía entrar, sólo lo hacían los que
tenían el pase respectivo. La cola era interminable, pero felizmente avanzaba
rápido, estaba cerca de ingresar, y se me acercó Lucio, me cogió del brazo y me
dijo:
-Christian,
aprovecha al máximo este congreso y luego me compartes las bendiciones de él.
¿Me lo prometes?
-Claro,
hermano. Lo haré.
Vi que se retiró de la
cola, porque algunos que estaban atrás pensaban que se quería meter en ella. Y
le gritaban: “Oye, hermano, haz tu cola”, “Da testimonio, oye”, “Oye no te
zampes”.
Pensaba que Dios me dio el
privilegio de haber participado en varios congresos y seminarios, cosa que no
sucedió con Lucio. Y sentía un malestar
en mi corazón al verlo que no podía participar de este por el cual había orado tanto. “Señor ¿porqué
no has permitido que participe?”. No lo podía entender, pero bueno “será la
voluntad tuya”. No desestimaba que podría ocurrir un milagro de pronto y verlo
a Lucio entrar al templo y cumplirse su deseo. “Señor ¿puedes hacerlo ahora?”.
Mientras me iba acercando a
la puerta, el Señor habló a mi corazón: “¿Y porqué no le regalas tu tarjeta?”
Pero, entonces ya no podría participar ¿y qué? ¿no has participado acaso en
varios eventos? ¿no has sido bendecido en varios de ellos?” Es cierto Señor,
pero……. ¡son cincuenta soles! Hubo un silencio en mi corazón, aunque yo sé que
a Dios no se le discute, y estaba apenado por mi dinero, pero el Señor me hizo
recordar un texto que se encuentra en 2 Crónicas 25:9 que dice: Y
Amasías dijo al varón de Dios: ¿Qué, pues, se hará de los cien talentos que he dado a la casa de
Israel? Y el varón de Dios respondió: Jehová puede darte mucho más que esto.
Creo que el Señor, me
estaba queriendo decir, que no me preocupe por el dinero, El, puede darme mucho
más de lo que invertí. Bien, mi corazón obtuvo paz y gozo, así que la oración
de Lucio fue respondida.
- ¡Lucio! -lo
llamé.
Lucio vino corriendo y vi
que su rostro se encendía porque seguramente estaba esperando que Dios haga,
como dice la Biblia
“su extraña operación”. Pues, qué bueno ver a un siervo vigilante como lo era
él.
- Querido
hermano, Dios habló a mi corazón- su rostro no podía iluminarse más, creo que
faltaba que se ponga un velo- y me dijo que seas tú quien entres en lugar de mi
persona a este congreso.
Saqué la tarjeta que la
tenía guardada en mi Biblia, y se la di. Cuando vi su rostro, percibí que este
gesto mío lo conmovió. Me rechazó la tarjeta porque según sus palabras
textuales “no debía sacrificarme por él”. Pero le dije que lo hacía con el
mayor de los gustos, y que no se preocupe, lo hacía con amor.
Lucio, derramó algunas
lágrimas, y finalmente se echó a mi hombro, sollozando. Y claro, que la gente
de atrás gritaba: “Oye, zampón, no te hagas el loco”. Pero cuando llegamos a la
puerta, veíamos a los anfitriones que se esforzaban para que no entre nadie que
no tenga tarjeta, había algunos hermanos que estaban parados en la puerta,
también esperando que Dios haga un milagro, quizá que se les permita zamparse
en el nombre de Jesús. Sentía la presión de la cola que me empujaba y a Lucio lo
hacían a un lado. Bueno, no era de llorar en ese momento, así que me retiré de
la cola, lo jalé a Lucio para que se ubique en mi lugar…y logró entrar.
Estábamos distanciados.
Quería agradecérmelo pero no podía, seguro que en algún momento lo hará, vi que
de lejos, juntó sus dos manos y las levantó por encima de su cabeza, en señal
de gratitud. Me despedí con una sonrisa.
“Señor a veces tú quieres
que hagamos cosas así”, pensé. Y es verdad, algo que me sucedió en ese momento,
como pocas veces me ha sucedido, es que mi corazón se llenó de un sentimiento
de gratitud por haber sido útil, y el gozo que acompaña a esto es a veces
indescriptible. Sé que el congreso fue de bendición para él. Cuando tuve la
oportunidad de verlo después del evento, me abrazó y me invitó luego a almorzar
a su casa.
-Christian, el
congreso fue de gran bendición para mi vida. Los talleres estuvieron
excelentes.
-Me da gusto
oír eso, Lucio.
Hubo un silencio, sabía que
iba a decirme algo más, pero parece que dificultaba en hacerlo. Esperé.
-Querido
hermano, quiero decirte algo más. ¿Sabes qué es lo que más bendijo mi vida en
estos tres días?
-No sé. Dímelo.
-Las plenarias
fueron buenas, los talleres muy edificantes, pero lo que más bendijo mi vida,
fue tu sacrificio, y esto no lo olvidaré nunca. Gracias, Dios te lo
recompensará de alguna manera.
-Creo que Dios
ya me dio la recompensa, al verte gozoso hermano.
Un congreso cuesta, creo
que muchos hermanos como Lucio quieren participar, pero a veces es difícil,
porque no todos tienen dinero. Con lo sucedido me he dado cuenta que las
mejores bendiciones no siempre las obtenemos de eventos costosos, sino de
sacrificios que nos cuestan en beneficio de los demás. Con esto el Señor me
enseñó que lo que más impacta en la gente
no son los sermones o las conferencias que tienen su lugar y nos
bendicen, sino el evangelio práctico, el evangelio que se transmite a través de
nuestra vida.
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